miércoles, 3 de octubre de 2012

Sin hacer ruido


Sin hacer ruido.

Despacito y de puntillas cruzaste el umbral y no fuimos capaces de oír tus pasos.

No quisiste despedirte, porque sabias que nosotros jamás seriamos capaces de decirte adiós. No quisiste ver tristeza en nuestras caras ni lágrimas en nuestros ojos, las derramaste en soledad por todos nosotros y nos ofrecías siempre tu inmensa sonrisa y tu gran sentido del humor.

Supiste engañarnos, como sólo tú sabías hacerlo. Y ya no podremos aprender tus artimañas del trapicheo, maestra entre todas de la magia de saber tener a todo el mundo feliz y disfrutar con ello.

No queda menos que aplaudirte. Tu memoria prodigiosa esconderá para siempre pequeños secretillos, mentiras piadosas, para ir día a día solucionando nuestros problemas y los de todo aquel que se acercara a confesarte sus inquietudes. Ayer quitabas a uno para dárselo a otro y mañana devolverás lo cogido rebuscando en tus refajos y ninguno sabrá de dónde proviene ni echará en falta nada de lo tomado prestado.

Meiga que sabía en todo momento qué iba a pasar mañana y nos aconsejaba bien.

Madre que velaba por todos sus polluelos.

Amiga que supo ganarse el respeto de quienes la rodeaban y jamás faltaron a su promesa.

Compañera inmejorable de viaje, que siempre tenía en su maleta todo lo que pudiesen necesitar.

Y ahora que ya cerraste la puerta y estás demasiado lejos para salir a tu encuentro, nos miras desde la distancia y velas todavía por el orden y el sosiego en esta casa. Sabes que la lección que nos has dado ha servido para los fines que siempre has deseado. Estás orgullosa porque lo hemos entendido. Igual de orgullosos que nos sentimos nosotros por habernos dado cuenta. Seguiremos tus pasos, seguiremos tu ejemplo, qué menos podemos hacer!

Te has marchado pero en el camino te has asegurado de que todos seguimos el nuestro, y con paso firme. Y por si acaso nos has echado encima un pesito extra, para que nuestros pies no se despeguen de la tierra y nuestra mente no vague por irrealidades que no conducen más que a arrepentimientos. Parece que caminamos ahora con tu tirón de orejas permanente, para que no se nos ocurra sacar los pies de la senda correcta.

Qué bien has sabido hacer las cosas!.

Has podido emprender el viaje, con la satisfacción del trabajo bien hecho. Muchos nunca podrán decir lo mismo. Ojalá nosotros algún día nos vayamos con la misma satisfacción.

En ello estamos.







He tenido la gran suerte de tener como suegra a esta gran mujer, me gustaría haberla podido disfrutar más y aprender mucho más de ella pero la vida se ha presentado así. Nos ha dado una lección de amor increible, ninguno supimos realmente la gravedad de su estado, que solo ella conocía y nos ocultó hasta el último día. Ese es el amor de una madre por sus hijos, evitarles el dolor a toda costa aunque eso conlleve el sufrirlo en silencio. Siempre nos ofrecía su mejor cara y su mejor sonrisa, aunque por dentro no encontrara consuelo. 
Un gran beso Isabel, algún día volveremos a vernos.

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